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Busca al Senor

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Jesús no tuvo miedo de ser controversial. Declarar los pecados perdonados, hablar de Su relación con Dios Padre y enseñar la necesidad de amar a nuestros enemigos provocaron bastante agitación en el tiempo de Jesús. Varios aspectos de Sus enseñanzas siguen siendo controvertidos hasta el día de hoy. Por ejemplo, Jesús dijo: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn. 8:31-32). En rápida sucesión utiliza la palabra verdad tres veces, enfatizando la importancia de esa realidad. Sin embargo, Pilato más tarde interrogaría a Jesús: “¿Qué es la verdad?” (Jn. 18:38).

Incluso hoy en día mucha gente afirma que la verdad objetiva no existe fuera de la experiencia subjetiva. Sin embargo, nosotros creemos firmemente que ese no es el caso. En la introducción a su encíclica Fides et Ratio (FR), el Papa San Juan Pablo II afirmó: “Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad”. Por lo tanto, todos nosotros, consciente o inconscientemente, estamos en una búsqueda de aprender más sobre el mundo que nos rodea y nuestro lugar en ese mundo. Por Su parte, Dios ha estado trabajando constantemente para revelarnos la verdad que subyace a toda la creación, es decir, quién es Él y quiénes somos nosotros en relación con Él.

Cristo, el Verbo de Dios encarnado, comunica la verdad no sólo a través de Sus palabras, sino también a través de Sus acciones y del Espíritu Santo, que envió después de Su Pasión y Resurrección. Reflexionando sobre esta realidad, los Padres del Concilio Vaticano II afirmaron: “Cristo… en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona” (Gaudium et Spes, 22).

A través de todas nuestras actividades científicas e intelectuales, en última instancia buscamos conocer la verdad sobre nosotros mismos y encontrar respuestas a las preguntas más fundamentales: ¿Quién soy? ¿Cuál es el propósito de mi vida? ¿Qué es bueno y qué es malo? ¿Hay algo más que esta vida? Sin embargo, estas preguntas no pueden ser respondidas únicamente por la ciencia; debemos confiar también en la Revelación que hemos recibido de Dios. Es nuestra fe la que abre la plenitud del misterio de la creación y nos ayuda a comprender cómo debemos interactuar unos con otros y con el mundo en el que vivimos.
Por tanto, la fe y la ciencia no compiten entre sí. Más bien se informan uno al otro, cada uno contribuyendo a la plenitud del conocimiento que buscamos poseer. El Papa San Juan Pablo II habló claramente de esta relación: “El mundo y todo lo que sucede en él, como también la historia y las diversas vicisitudes del pueblo, son realidades que se han de ver, analizar y juzgar con los medios propios de la razón, pero sin que la fe sea extraña en este proceso. Ésta no interviene para menospreciar la autonomía de la razón o para limitar su espacio de acción, sino sólo para hacer comprender al hombre que el Dios de Israel se hace visible y actúa en estos acontecimientos. Así mismo, conocer a fondo el mundo y los acontecimientos de la historia no es posible sin confesar al mismo tiempo la fe en Dios que actúa en ellos” (FR, 16).

Mientras vivimos en este mundo y estudiamos y exploramos todas sus diversas facetas, nunca debemos perder de vista el hecho de que Dios ha creado todo para revelar Su amor por nosotros y guiarnos por el camino que nos lleva a compartir plenamente ese amor para siempre en el cielo.

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