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Busca al Senor

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El último domingo de enero marca el inicio de la Semana Nacional de las Escuelas Católicas, un tiempo reservado por las diócesis de todo nuestro país para destacar la importancia de una formación y educación católica, fiel e integral para la misión salvífica de la Iglesia. Durante esta semana celebramos también la fiesta de dos santos cuyo legado es significativo para la educación católica. El 28 de enero, recordamos la vida y obra de Santo Tomás de Aquino, brillante teólogo y filósofo de la Baja Edad Media, que es el santo patrón de los estudiantes y educadores. El 31 de enero celebramos la fiesta de San Juan Bosco, sacerdote del siglo XIX que se dedicó a trabajar con los jóvenes, especialmente los que eran pobres y problemáticos. Aunque vivieron hace varios siglos, no ha disminuido la relevancia de estos dos santos para iluminar la verdadera naturaleza de la educación católica.

Santo Tomás de Aquino se sumergió en el estudio de diversas disciplinas académicas: historia, filosofía, teología, ética y física. Amaba el aprendizaje porque comprendía que “todas las ciencias y artes están ordenadas a una sola cosa, es decir, a la perfección del hombre, la cual es la felicidad” (Comentario a la Metafísica de Aristóteles, Prólogo).

El propósito de la educación católica es ayudarnos a alcanzar nuestro máximo potencial como seres humanos, el cual es la felicidad eterna con Dios para siempre en el cielo. En sus escritos, Santo Tomás mostró cómo la fe y la razón coexisten y, de hecho, se apoyan y se amplían mutuamente. No son dos campos opuestos del saber, sino que, como diría más tarde el Papa San Juan Pablo II, “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad” (Fides et Ratio). Las diversas artes y ciencias son vías para acercarse a Dios, ya que en ellas los alumnos aprenden sobre las infinitas maravillas de Su creación. Esta concepción de la educación como una búsqueda por la plenitud de la verdad sigue siendo un principio fundamental de nuestras escuelas católicas.

Al igual que otras escuelas, las escuelas católicas “a través de una actividad docente organizada y sistematizada, ofrecen una cultura orientada a la educación integral de las personas” (The Identity of the Catholic School for a Culture of Dialogue, n. 19). Sin embargo, las escuelas católicas tienen una identidad única, su “referencia a una concepción cristiana de la vida centrada en Jesucristo” (n. 20). En efecto, “la relación personal con Cristo permite al creyente mirar toda la realidad de un modo radicalmente nuevo, otorgando a la Iglesia una identidad siempre renovada, con vistas a promover en las comunidades escolares respuestas adecuadas a las cuestiones fundamentales para toda mujer y todo hombre” (n. 20). La escuela católica es el lugar donde la relación de cada uno con Jesucristo no sólo se fomenta espiritualmente, sino que también se convierte en el punto de partida para aprender sobre el mundo en el que vivimos y sobre cómo cada uno de nosotros puede contribuir a él.

Con una sabiduría que aún nos beneficia hoy, San Juan Bosco dijo: “Si queremos tener una buena sociedad, debemos concentrar todas nuestras fuerzas en la educación cristiana de los jóvenes. La experiencia me ha enseñado que, si queremos sostener la sociedad civil, debemos cuidar bien a los jóvenes.” Nuestras escuelas católicas, por tanto, tienen la capacidad de modelar en gran medida la cultura de nuestras comunidades y de la sociedad en general. Son los lugares donde Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14:6), sigue siendo el Maestro en torno al cual sus discípulos se reúnen para conocerlo, amarlo y seguirlo a lo largo de esta vida y en la próxima.

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