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BUSCA AL SEÑOR ARZOBISPO DENNIS M. SCHNURR

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El Día de Todas las Almas sigue inmediatamente al Día de Todos los Santos en el calendario de la Iglesia por una buena razón: la Constitución Dogmática de la Iglesia del Vaticano II, Lumen Gentium, reafirma nuestra antigua fe como Católicos “del consorcio vital con nuestros hermanos que se hallan en la gloria celeste o que aún están purificándose después de la muerte” (LG, 51).

En otras palabras, existe una unión espiritual entre los fieles en la tierra (a veces llamada la Iglesia Militante), las almas en el purgatorio (la Iglesia Que Sufre) y los santos en el cielo (la Iglesia Triunfante). El Credo de los Apóstoles llama a esto la “comunión de los santos”. Todos los fieles difuntos son parte de la comunión de los santos, al igual que nosotros.

Tal vez lo sintamos con más fuerza cuando se canta la letanía de los santos en la Vigilia Pascual, en las ordenaciones y en los bautismos de infantes, dando la sensación de que esos santos canonizados están realmente allí entre nosotros. Sin embargo, desde los primeros tiempos nuestras casas de culto se han llenado con la presencia de los santos en estatuas, pinturas y vidrieras. Estas imágenes son como los álbumes familiares de nuestra familia de fe.

La Iglesia ha canonizado sólo a un número relativamente pequeño de los que están con Dios. En la primera lectura para la solemnidad de Todos los Santos, San Juan en el Libro del Apocalipsis comparte su visión de “un gentío inmenso, imposible de contar, de toda nación y raza, pueblo y lengua” (Apocalipsis 7:9). Algunas de las lecturas que pueden ser elegidas para el Día de Todas las Almas son reconfortantes sobre el destino de aquellos que nos han precedido. En una de ellas Jesús dice: “Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Sí, ésta es la decisión de mi Padre: toda persona que al contemplar al Hijo crea en él, tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6:39-40).

Miramos a los santos canonizados y a las personas santas que hemos conocido como modelos de cómo conformarnos a Cristo, y pedimos su intercesión ante Dios mientras enfrentamos dificultades en la vida. Al mismo tiempo, también necesitamos la ayuda de nuestros compañeros peregrinos aquí en la tierra y orar por las almas en el purgatorio. Todos estamos unidos en el Cuerpo de Cristo. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, “La comunión de los santos es la Iglesia” (CIC 946).

Dios nos dio la Iglesia para que tengamos la ayuda de otros Cristianos para hacer juntos lo que no podemos hacer solos: conocer y ser transformados por Jesucristo para que podamos seguirlo de vuelta a la unión con el Padre. Cada uno de nosotros tiene un papel importante en la comunión de los santos, ya que todos estamos llamados a irradiar la luz de Cristo a nuestro mundo oscuro.

Todos lo hacemos de diferentes maneras. Nuestra oración arquidiocesana por las vocaciones enfatiza que Dios nos creó a cada uno de nosotros para algún propósito definido. Estamos en nuestro momento más feliz cuando identificamos ese propósito y lo cumplimos, usando nuestros dones y talentos únicos como Dios quiso.

Al mismo tiempo, estamos llamados a afirmar y apoyar las vocaciones de los demás. Las millones de oraciones vocacionales, así como el apoyo dado al Seminario y Escuela de Teología Mount St. Mary’s por los miembros de nuestra Iglesia local, han dado lugar a muchos nuevos sacerdotes, diáconos y ministros pastorales laicos en los últimos años, por lo que estoy muy agradecido. Estas personas sirven a los fieles en sus diversos ministerios, y los fieles a su vez los sostienen con su ánimo y oraciones.

Nunca debemos olvidar que todos estamos en un viaje de regreso al Dios que nos creó y necesitamos ayuda en el camino de nuestros compañeros miembros de la comunión de santos.

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