Home»Commentary»Become Like Children

Become Like Children

0
Shares
Pinterest WhatsApp

What is the best remedy for us when we find ourselves overwhelmed by sadness, despair, or hopelessness? We have all heard it said, “Laughter

is the best medicine.” We know from experience that sharing a good laugh or simply a smile can serve as a healing balm and restorative remedy to body, mind, and soul.

Years ago, I knew a priest who forbade smiling in church. He would continually remind his flock that celebrating the Mass was serious work and would scold those that he caught smiling. Fearful of appearing too joyful, the congregation soon found themselves growing more sullen and grim with each passing Sunday. Worried that a bad-tempered parish would do little to pass the faith onto the next generation, the parishioners reached out to the archbishop for help.

That priest needed to read the apostolic exhortation Evangelii Gaudium, which begins with Pope Francis reminding us, “The joy of the gospel fills the hearts and lives of all who encounter Jesus. Those who accept his offer of salvation are set free from sin, sorrow, inner emptiness and loneliness.” A joyful Catholic cannot help but evangelize, becoming instrument of God’s love and mercy for those who may be caught up in sin and sadness and seeking salvation.

Perhaps this is why Jesus calls us to become like children as we embrace the faith and put it into practice. Children possess an innate ability to laugh and to smile. We see this every day. Many of us have made a silly face to babies, knowing that we can easily coax a smile out of their cherubic little faces. Many of us can recall getting the giggles with someone and laughing until our bellies hurt. (I have some wonderful memories of my father quickly ushering me out of church during Mass because I had started giggling with one of my brothers or sisters!) Many of us, too, have found ourselves lifted out of the depths of sadness or a sea of anger by choosing to look on the bright side of life rather than stewing in our sorrow.

Perhaps you have heard the Christian hymn “How Can I Keep From Singing?”. Its lyrics challenge us to rise above the tumult and the strife that can so often overwhelm us in our daily labor. We are asked to hear “the real, though far- off hymn that hails a new creation.” When we can hear the song of heaven, a song that lifts our hearts with the joy and promise of God’s abiding presence, how can we keep from singing? Knowing that God is forever near to us, reaching out to us in our sin and our sadness and raising us up in new hope, we must sing. We cannot help but smile.

Jesus encourages us to be like children, embracing joy, finding happiness in our faith, and holding fast to an excitement for life. With renewed childlike wonder and innocence, we are invited to let go of the cynicism and pessimism that comes with age and heed the advice given to us in Proverbs 17:22, “A cheerful heart is a good medicine.”

May we begin each day with the best medicine—a commitment to spend each waking moment seeking out laughter, being good-natured, and blessing one another with joy. May we listen each day for the lighthearted laughter and glorious giggles of children, so that we may find ourselves awakened to God’s presence in our midst and take to heart that contagious laughter, allowing peace, love and joy to bring healing to us and to our world.


 

 

¿Cuál es el mejor remedio para nosotros cuando nos encontramos abrumados por la tristeza, la desesperación o la desesperanza? Hay un refrán

común que dice: “La risa es la mejor medicina”. Sabemos por experiencia que compartir una buena risa o simplemente una sonrisa puede servir como bálsamo curativo y remedio reparador para el cuerpo, la mente y el alma.

Hace años conocí a un sacerdote que prohibía sonreír en la iglesia. Él recordaba continuamente a su rebaño que celebrar la Misa era un trabajo serio y regañaba a aquellos que veía sonriendo. Temerosos de parecer demasiado alegres, la congregación pronto se volvió más seca y sombría con cada domingo que pasaba. Preocupados de que una parroquia malhumorada pudiera hacer poco para transmitir la fe a la siguiente generación, los feligreses recurrieron al arzobispo en busca de ayuda.

Ese sacerdote necesitaba leer la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, que comienza con el Papa Francisco recordándonos: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento”. Un católico alegre no puede dejar de evangelizar, convirtiéndose en un instrumento del amor y la misericordia de Dios para aquellos que pueden estar atrapados en el pecado y la tristeza, y buscan la salvación.

Quizás por eso Jesús nos llama a ser como niños al abrazar la fe y ponerla en práctica. Los niños poseen una capacidad innata para reír y sonreír. Vemos esto todos los días. Muchos de nosotros hemos puesto caras chistosas a los bebés, sabiendo que podemos fácilmente sacarles una sonrisa de sus caritas angelicales. Muchos de nosotros podemos recordar habernos reído con alguien hasta que nos dolió la barriga. (¡Tengo algunos recuerdos maravillosos de mi padre ayudándome rápidamente a salir de la iglesia durante la Misa porque había comenzado a reírme con uno de mis hermanos o hermanas!) Muchos de nosotros también hemos salido de las profundidades de la tristeza o de un mar de ira al elegir mirar el lado positivo de la vida en lugar de quedarnos estancados en nuestro dolor.

Quizás hayan escuchado el himno cristiano “How Can I Keep From Singing?” (¿Cómo puedo dejar de cantar?). Su letra nos desafía a elevarnos por encima del tumulto y la lucha que tan a menudo pueden abrumarnos en nuestro trabajo diario. Se nos pide escuchar, como dice el canto, “el himno real, aunque lejano, que anuncia una nueva creación”. Cuando podemos escuchar el himno del cielo, un canto que eleva nuestros corazones con la alegría y la promesa de la presencia constante de Dios, ¿cómo podemos dejar de cantar? Sabiendo que Dios está siempre cerca de nosotros, acercándose a nosotros en nuestro pecado y nuestra tristeza, y levantándonos con una nueva esperanza, tenemos que cantar. No podemos evitar sonreír.

Jesús nos anima a ser como niños, abrazando la alegría, encontrando la felicidad en nuestra fe y aferrándonos al entusiasmo por la vida. Con renovado asombro e inocencia como niños, estamos invitados a dejar de lado el cinismo y el pesimismo que vienen con la edad y prestar atención al consejo que se nos da en Proverbios 17, 22: “Un corazón alegre es el mejor remedio”.

Que comencemos cada día con la mejor medicina: el compromiso de pasar cada momento de nuestros días buscando la risa, estando de buen humor y bendiciéndonos unos a otros con alegría. Que escuchemos cada día la risa alegre y las risitas gloriosas de los niños, para que podamos despertar a la presencia de Dios en medio de nosotros y tomar en serio esa risa contagiosa, permitiendo que la paz, el amor y la alegría traigan sanación a nosotros y a nuestro mundo.

Previous post

‘He’s one of us’: New short film chronicles Pope Leo XIV’s Chicago life before papacy

Next post

Telegram Home from Rome