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Busca al Senor

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En su homilía de apertura para la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Papa Benedicto XVI dijo: “La Iglesia existe para evangelizar. Fieles al mandato del Señor Jesucristo, sus discípulos fueron por el mundo entero para anunciar la Buena Noticia, fundando por todas partes las comunidades cristianas” (Homilía, 7 de octubre de 2012). La Iglesia católica es misionera por naturaleza, respondiendo a la Gran Comisión dada por el Señor a sus apóstoles al subir al cielo: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt. 28:19).

Jesús envía a sus seguidores. No imaginó una comunidad de creyentes encerrada en sí misma o contenta con permanecer dentro de la seguridad y la comodidad de los muros de sus iglesias. Ese mismo deseo del Señor sigue vigente. Nos llama a compartir la Buena Nueva de la salvación. Esto no se hace mediante la repetición de doctrina o citando párrafos de un catecismo. Un discípulo es alguien que ha escuchado la llamada del Señor y responde a esa llamada eligiendo conformar su vida diaria a las enseñanzas y el ejemplo de Jesús. Un discípulo obedece el mandato del Señor de tomar su cruz y seguirlo. En última instancia, un discípulo atrae a otros al discipulado invitándoles a conocer y seguir a Jesús a través de la oración, las Escrituras y los Sacramentos. Todo lo que hacemos como Iglesia debe apoyar la misión que nos encomendó Jesús de hacer y formar discípulos.

Este impulso misionero distingue a la Iglesia de las organizaciones caritativas y los clubes sociales. Haríamos bien en evaluar constantemente si las muchas actividades que suelen tener lugar en nuestras parroquias apoyan la misión evangelizadora de la Iglesia. Cada uno de los servicios, programas y eventos que realizamos en nuestras comunidades parroquiales debería tener como objetivo acercar a las personas a Cristo y ayudarlas en la tare diaria de convertir sus corazones y mentes al Señor. Si nos encontramos comprometidos en esfuerzos parroquiales que no apoyan este trabajo, entonces corremos el riesgo de perder de vista la misión que Cristo nos ha llamado a compartir con Él.

Aunque hay muchas maneras de trabajar juntos a nivel parroquial o arquidiocesano para cumplir la misión evangelizadora de la Iglesia, también entra en juego nuestra búsqueda individual de la santidad. Cuanto más unido estemos cada uno de nosotros a Cristo, mayores serán los efectos de su gracia, incluido nuestro testimonio a los demás.

El Papa Benedicto también reflexionó sobre la importancia de buscar la santidad personal en su homilía de apertura del Sínodo en 2012. Dijo que hombres y mujeres santos “son los verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus expresiones. Ellos son, también de forma particular, los pioneros y los que impulsan la nueva evangelización: con su intercesión y el ejemplo de sus vidas, abierta a la fantasía del Espíritu Santo, muestran la belleza del Evangelio y de la comunión con Cristo a las personas indiferentes o incluso hostiles, e invitan a los creyentes tibios, por decirlo así, a que con alegría vivan de fe, esperanza y caridad, a que descubran el gusto por la Palabra de Dios y los sacramentos, en particular por el pan de vida, la eucaristía… La santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje – el del amor y la verdad – es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva.”

Ojalá que por nuestra búsqueda individual de la santidad y de nuestro trabajo en conjunto como Iglesia, nos dediquemos siempre a la Gran Comisión de llevar a los demás a conocer, amar y seguir al Señor.

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Rachel Hess, Director of Religious Education, Leaders in Discipleship