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Busca al Senor

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Crecer siempre ha tenido sus dificultades, pero los jóvenes de hoy enfrentan un entorno particularmente desafiante en nuestro país–el aumento de la violencia, los disturbios y los horribles tiroteos en las escuelas; el discurso civil que es cada vez más incivil; y una cultura secularista que continúa empujando la fe hacia los márgenes a medida que disminuye la práctica religiosa semanal.

En generaciones anteriores, la sociedad estadounidense, aunque lejos de ser perfecta, generalmente reforzó los valores y virtudes importantes que se enseñan en los hogares católicos y en las escuelas católicas. Esto, a menudo, ya no sucede. Por lo tanto, se necesitan más que nunca escuelas católicas fieles y eficaces y programas de educación religiosa. Estos son acompañantes esenciales de los padres de los estudiantes, quienes siguen siendo los principales educadores en la fe de sus hijos.

San Juan Bautista de la Salle, santo patrono de los maestros, puso en palabras lo que la Iglesia ha entendido desde hace mucho tiempo, que la instrucción en la fe se realiza en gran medida mediante el testimonio del discipulado–vivir el Evangelio y no sólo enseñarlo. En una reflexión dirigida a sus maestros, escribió: “Por tanto, los [niños], que han sido entregados a vuestro cuidado, han de ver que sois ministros de Dios porque ejercéis vuestro oficio con una caridad sincera y una fraternal diligencia. El pensar que sois no sólo ministros de Dios, sino también de Cristo y de la Iglesia, os debe ayudar a cumplir con vuestra obligación”.

El Papa San Pablo VI hizo eco de la importancia del testimonio personal en su exhortación apostólica de 1975, Evangelii nuntiandi, en la que escribió: “para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites.
. . . El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio” (EN 41).

El encargo a los maestros católicos es, por lo tanto, educar a los estudiantes para esta vida y prepararlos para la próxima mediante la instrucción y el ejemplo. La naturaleza misma de la auténtica educación católica es la búsqueda de la bondad, la belleza y la verdad y el cultivo de la sabiduría y la virtud bajo la guía de la Iglesia. Las diversas artes y ciencias son caminos para acercarse a Dios ya que los estudiantes aprenden en ellas las infinitas maravillas de Su creación. La pasión por aprender es pasión por el mismo Jesús quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Las escuelas católicas juegan un papel importante en la formación de los discípulos para conocer, amar y seguir a Jesús. Los maestros-ministros, los directores-ministros y el personal de apoyo de las escuelas católicas reflejan esto todos los días, ya que no sólo enseñan, sino que también modelan la fe para nuestros más de 40,000 estudiantes en esta arquidiócesis. Por esto estoy muy agradecido.

Aunque no todos nuestros estudiantes son católicos, la misión de nuestras escuelas es ser católicos en cada salón de clases, comedor, pasillo y gimnasio. Son comunidades cristocéntricas arraigadas en el mensaje del Evangelio. Al mismo tiempo, como he señalado con frecuencia, las escuelas católicas son escuelas para todos porque forman a los estudiantes para que sean líderes que ayudaren a hacer del mundo un lugar mejor–más pacífico, más cívico, más lleno de fe.

Por favor únanse a mí para mantener a todos los estudiantes, padres, directores de escuelas, profesores y personal en nuestras oraciones a medida que comienza este nuevo año escolar.

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