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BUSCA AL SEÑOR: ARZOBISPO DENNIS M. SCHNURR

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Uno de nuestros grandes tesoros como Católicos es el ritmo del calendario de la Iglesia en el que el mensaje esperanzador del gran amor de Dios por nosotros se renueva cada año de una manera familiar pero siempre nueva. Un año nuevo de la Iglesia acaba de comenzar con el primer domingo de Adviento, el 28 de noviembre.

El Adviento es un período gozoso de espera y preparación para el nacimiento de Cristo. En el Evangelio de este año para el segundo domingo de Adviento, San Lucas cita al profeta Isaías: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” (Lc. 3:4; cf. Is. 40:3).

El Adviento es un tiempo de esperanza precisamente porque mira hacia adelante. Las primeras lecturas de las liturgias dominicales para el Adviento presentan profetas del Antiguo Testamento que pronostican un Mesías, que sabemos que es Jesús. Pero el Adviento no se trata sólo de esperar la Natividad de nuestro Señor. El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el deseo ardiente de su segunda Venida” (CIC 524).

El Adviento nos recuerda que Dios cumple sus promesas ahora, como lo hizo en el pasado y como lo hará en el futuro. Como nos asegura San Pablo, “la esperanza no defrauda” (Rom. 5:5). Las velas de Adviento que encendemos en cada uno de los cuatro domingos antes de Navidad nos recuerdan que Cristo, a quien estamos esperando, es la verdadera luz y esperanza del mundo. Cuando irradiamos a Cristo, compartimos esa luz y llevamos esa esperanza a los demás.

Cristo está vivo y presente en su Iglesia, que todavía está encargada de hacer discípulos de todas las naciones. Esta es nuestra sagrada misión. Sin embargo, eso no significa que podamos actuar como si nada hubiera cambiado en las últimas décadas. Sería irresponsable hacerlo, porque la Iglesia se mantiene al corriente durante el transcurso del tiempo.

Testigos alegres quienes también debemos ser buenos administradores, estamos llamados a hacer el mejor uso de todos los recursos de nuestra Iglesia local. Por lo tanto, es apropiado preguntarse, ¿están todos nuestros recursos – humanos, físicos y financieros – debidamente enfocados para el discipulado misionero? ¿Están trabajando efectivamente para atraer continuamente a los feligreses y atraer a nuevos miembros a una relación más íntima con Jesús? ¿O están consumidos por los esfuerzos para mantener el statu quo y se extienden muy poco para ser realmente efectivos?

El proceso de planificación pastoral de Faros de Luz (Beacons of Light) está diseñado para abordar exactamente estas preguntas. Estoy convencido de que esta iniciativa, nacida con gran esperanza, nos permitirá formar parroquias más fuertes, centradas en la Eucaristía, que irradien el amor de Cristo y la alegría del Evangelio. Gracias a los miles de feligreses que recientemente dieron su opinión para ayudar a dar forma final a las Familias de Parroquias. Les estoy profundamente agradecido.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (CIC 27). Dios Padre nos ha ofrecido plenitud a través de Su Hijo, Jesucristo. Jesús ha venido para que tengamos vida en abundancia (cf. Jn. 10:10). El Adviento es cuando nos preparamos para darle la bienvenida en nuestros corazones.

¡Que la paz, la alegría y la plenitud de la vida que sólo Cristo puede traer sean para ustedes este Adviento y Navidad!

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