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Busca al Senor Arzobispo Dennis M. Schnurr

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Comenzamos abril con la conmemoración litúrgica de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Hay gritos de “Hosanna”, preparativos para la fiesta de Pascua, complots de traición, momentos de intimidad, miedo y soledad. Sólo después de atravesar la oscuridad del Viernes Santo y el silencio del Sábado Santo, experimentamos la luz de la Resurrección, que vence a las tinieblas al comienzo de la Gran Vigilia Pascual. Somos testigos del triunfo del Señor sobre el pecado y la muerte, pero también vemos los estragos del sufrimiento y el dolor que soportó como consecuencia del pecado.

El Papa San Juan Pablo II afirmó claramente que nuestra “redención se ha realizado mediante la cruz de Cristo, o sea mediante su sufrimiento” (Salvifici doloris, 3). Continúa diciendo que, a través de nuestra unión con Cristo en el bautismo, nosotros, como miembros de la Iglesia de Cristo, somos partícipes de su obra redentora. El Santo Padre dijo que esto sucede de un modo particular cuando el sufrimiento entra en nuestra vida. “Esto sucede, como es sabido, en diversos momentos de la vida; se realiza de maneras diferentes; asume dimensiones diversas; sin embargo, de una forma o de otra, el sufrimiento parece ser, y lo es, casi inseparable de la existencia terrena del hombre” (SD, 3).

Cada uno de nosotros, en un momento u otro y en diversos grados, está sujeto al sufrimiento en este mundo herido por el pecado. Éste no es el mundo tal como Dios lo quiso desde el principio. Por el Misterio Pascual de Cristo y por la efusión del Espíritu Santo, Dios ha redimido al mundo, pero su restauración en Cristo no es todavía perfectamente completa. El pecado sigue siendo purgado hasta que el Reino de Dios esté plenamente establecido. Mientras tanto, cada uno de nosotros, bautizado en el sufrimiento y la muerte de Cristo, está llamado a compartir el misterio del sufrimiento redentor de Cristo. Sufrimos cuando desarraigamos el pecado de nuestras propias vidas, y sufrimos porque el pecado existe en el mundo que nos rodea. El sufrimiento es, como dijo el Papa Juan Pablo II, inevitable en este mundo.

Pero ¿cómo debemos responder al sufrimiento? Muchos se alejan de Dios cuando experimentan el sufrimiento, pensando que un Dios que sea verdaderamente bueno no permitiría que experimentáramos tales cosas. Sin embargo, sólo Dios es capaz de sacar algo bueno de los momentos más difíciles y dolorosos de nuestras vidas. En la Resurrección de Cristo, Dios triunfa sobre el pecado e incluso sobre la muerte. Éstos no tienen la última palabra ni son definitivos. Reflexionando sobre esto, San Pablo exclamó: “La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?” (1 Cor. 15:54-55).

Este misterio es precisamente lo que celebramos en la Pascua: Cristo ha vencido al pecado, al sufrimiento y a la muerte. Gracias a la Resurrección, podemos tener esperanza en algo más grande que las limitaciones de la vida en este mundo fracturado. Aunque no dejemos de experimentar limitaciones y sufrimientos, éstos no carecen de sentido. El sufrimiento, a través de la Cruz de Cristo, se ha convertido en un medio por el cual compartimos la obra redentora de Cristo. Mediante su mayor acto de amor, Jesús nos acompaña cuando sufrimos y nos invita a unirnos a Él para ofrecerlos en beneficio de todos. Por tanto, nuestros momentos de sufrimiento no son vacíos y sin sentido, sino una vía por la que la gracia de Dios fluye sobre un mundo necesitado.

Mientras soportaba diversas pruebas, San Pablo reflexionaba sobre el sufrimiento unido al de Cristo y declaraba: “es Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria” (Col. 1:27).
¡Los cristianos tenemos la oportunidad, incluso en nuestro sufrimiento, de ser embajadores de la esperanza!

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