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Busca Al Senor Arzobispo Dennis M. Schnurr

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“Para comunicar el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia necesita arte”, escribe San Juan Pablo II en su Carta a los Artistas, emitida el Domingo de Pascua de 1999. Como leerán en este número de The Catholic Telegraph, el arte y la belleza tienen un poder único para evangelizar.

Un actor, dramaturgo y poeta, San Juan Pablo II tiene una visión amplia de lo que él llama “la chispa divina que es la vocación artística”. Dice notablemente que “a todos los hombres y mujeres se les confía la tarea de crear su propia vida: en cierto sentido, deben hacer de ella una obra de arte, una obra maestra”.

En los primeros días de la Iglesia, los artistas evocaban a Cristo con imágenes simbólicas de peces, panes, pan y cordero. El arte se volvió más representativo en las catacumbas de Roma, a menudo ilustrando a Jesús el Buen Pastor, así como escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. En los siglos transcurridos desde entonces, San Juan Pablo II escribe, “el texto bíblico ha disparado la imaginación de pintores, poetas, músicos, dramaturgos y cineastas”.

La Biblia en sí es una obra maestra literaria, una biblioteca entera que representa toda una panoplia de géneros literarios – incluyendo poesía, canciones, historia y cartas – en un solo volumen. Mientras esa biblioteca estuvo cerrada a todos menos a los más educados durante muchos siglos, no era arte visual. Como señala San Juan Pablo II, “en tiempos en que pocos podían leer o escribir, las representaciones [artísticas] de la Biblia eran un modo concreto de catequesis”.

La catequesis por arte tuvo lugar principalmente en las iglesias. No sólo las vidrieras, estatuas y estaciones de la cruz cuentan historias de nuestra fe, ahora como entonces, también lo hace la magnífica arquitectura de las iglesias construidas desde la época del emperador Constantino en el siglo IV en adelante.

La impresionante arquitectura de muchas de nuestras iglesias acerca a los fieles a Dios a través de su belleza.

La música sagrada también nos acerca a Dios. Los himnos siempre han sido parte de la adoración cristiana. “La fe de innumerables creyentes se ha nutrido de melodías que fluyen del corazón de otros creyentes”, escribe San Juan Pablo II, “ya sea introducida en la liturgia o utilizada como ayuda para la adoración digna. En el canto, la fe se experimenta como gozo vibrante, amor y expectativa segura de la intervención salvadora de Dios”.

Juntos, la música, la arquitectura y el arte representativo (pinturas, estatuas, vidrieras) ayudan a sumergir y evangelizar a los fieles quienes están presentes en un iglesia por el Santo Sacrificio de la Misa.

Y gracias a la tecnología, aquellos que no pueden participar plenamente en la Misa en persona pueden verla desde casa. Ahora muchas de nuestras parroquias tienen servicios por internet, proporcionando la oportunidad de la comunión espiritual. Tuvimos la bendición de tener esta opción cuando nuestras parroquias fueron cerradas debido a la pandemia.

Sin embargo, ver la celebración Eucarística en línea o en televisión no es lo mismo que participar en lo que el Vaticano II llama “la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana” (LG 11). Ahora que nuestras iglesias han reabierto con fuertes protocolos de seguridad de la salud, insto a todos los católicos que no corren un riesgo particular al coronavirus que vuelvan a participar semanalmente en la Misa durante la próxima temporada de Cuaresma, si aún no lo han hecho.

Que los 40 días de espera penitencial Cuaresmal nos recuerden que Cristo está siempre con nosotros en nuestro sufrimiento y nos prepara para la alegría de la Pascua.

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