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BUSCA AL SEÑOR

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Cada mes debe ser, en cierto sentido, el Mes del Respeto a la Vida. No hay momento ni circunstancia en la que no se exija a los Cristianos respeto por la vida. Durante octubre, sin embargo, la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB) nos pide que prestemos especial atención a la santidad, dignidad y derechos de cada persona humana hechos a imagen y semejanza de Dios.

Como señala el sitio web de la USCCB, “La Iglesia Católica proclama que la vida humana es sagrada, y que la dignidad de la persona humana es la fundación de una visión moral para la sociedad. Esta creencia es la base de todos los principios de nuestra enseñanza social”. Por lo tanto, “la vida y la dignidad de la persona humana” se enumera en primer lugar entre los principios de justicia social porque es la base de todos los demás.

En nuestro país hoy debemos preocuparnos especialmente por los no nacidos, que no tienen protección legal. Una persona a la que se le niega el derecho a la vida no puede tener otros derechos. Bajo la decisión del Tribunal Supremo de Roe v. Wade de 1973, ningún estado puede prohibir el aborto hasta “la etapa posterior a la viabilidad”. Aunque el aborto ha existido desde la antigüedad, la Iglesia siempre lo ha reconocido por lo que es: quitar la vida intencional de un niño inocente.

La ciencia ha confirmado que un bebé por nacer es, en efecto, un niño: todo lo que hace que un ser humano sea humano está presente en las primeras etapas del embarazo. Por lo tanto, no es moralmente lícito decir: “Personalmente me opongo al aborto, pero no impondré mi moralidad a los demás”. El aborto impone la muerte al “otro” dentro del vientre y es un mal intrínseco.

En la época Romana, los Cristianos rescataban a niños no deseados que dejaban por morir. Hoy en día los Cristianos trabajan en centros de embarazo para cuidar a las madres y sus hijos. Un eslogan que se ve a menudo en letreros publicitarios, rotulos y camisas condensa su principio de funcionamiento en pocas palabras: “Ámalos a los dos”. Este amor se extiende también a las madres que abortaron a sus bebés, han llegado a arrepentirse profundamente y necesitan misericordia y curación. Eso es ser pro-vida.

Respetar la vida no se detiene en el vientre materno. Cualquier implicación de que el deseo de proteger la vida en sus etapas más frágiles entra en conflicto con el cuidado de la vida en otras etapas es falsa. Como escribió el Papa Francisco en su exhortación apostólica, Gaudete et Exsultate (Alégrense y Regocíjense):

“La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte” (GE 101).

En el casi medio siglo transcurrido desde Roe v. Wade, miles de fieles en nuestra arquidiócesis han marchado por la vida, presionado a legisladores, ayudado a madres embarazadas, manifestado fuera de las clínicas de aborto, y votado su conciencia informada. Estoy agradecido por la forma en que han vivido su fe y han hecho una diferencia.

A pesar de nuestros esfuerzos, todavía vivimos en un mundo que no concede a todas las personas el respeto y la dignidad a los que tienen derecho como hijas e hijos de Dios. Sin embargo, en palabras de Santa Teresa de Calcuta, “Dios no requiere que tengamos éxito, sólo que seamos fieles”. El Mes del Respeto a la Vida es una oportunidad para pensar en cómo podemos ser cada vez más fieles al llamado de Dios a respetar la naturaleza sagrada inviolable de la vida humana en todas sus etapas y condiciones.

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