Choosing Him
Since the death of Pope Francis on April 21, I have found myself reflecting on his papal motto, “Miserando atque eligendo,” which basically translates to “having mercy and choosing him.” Pope Francis first chose this motto when he was called to be a bishop in Argentina. He then chose to keep the same motto when called upon to serve as the Bishop of Rome and Holy Father of our Church.
The motto was derived from a homily that St. Bede the Venerable preached on the feast of St. Matthew the Apostle. St. Bede spoke of Jesus’ mercy toward the tax collector, choosing Matthew to follow him. Matthew’s experience, as one who received mercy and was chosen, reflects Pope Francis’ own personal experience of Jesus. As a young man, Jorge Bergoglio had his own experience of God’s mercy and of God’s choosing him. It was out of that personal experience that he would find himself capable to answer the call to shepherd the Church and guide her in the revelation of God’s love for the world, extending charity and compassion to all. His hope was that everyone might also come to experience a blessed encounter with God’s mercy and the joy of knowing God’s choosing of them.
When our eyes have been opened to see how the Lord has shown us mercy and chosen us as His disciples, we discover how we are not only called but also equipped for service in the Church. Whether that service will be offered as pope, bishop, priest, deacon, religious or layperson, the experience is the same. Our call must be rooted in a personal encounter with Jesus Christ. That encounter with Jesus Christ will transform us and serve to make us capable of living out the words of the prophet Micah—to act justly, love mercy, and walk humbly with our God. Only when we are rooted in love and have a willingness to show mercy will our call truly come to life. If our call is born out of self-service or self-promotion, we will not find success in our discipleship. An experience of the Risen Christ alive and present to us, revealed in selfless love and in moments of mercy, will be what encourages and equips us for service.
I was serving as the pastor of a parish in suburban Chicago when Pope Francis introduced himself to the world following the conclave in March 2013. From the beginning of his pontificate, I have witnessed Pope Francis’ commitment to serve in humility, to be present and accompany others lovingly, and to offer a powerful witness to the truth both in word and in deed.
My life, thus far, has been spent under the care of six different popes, each one of them challenging me to answer the call of Christ first given to me in baptism. From my youth, throughout my priesthood, and now lived out as a bishop, I have been invited to join with the Church in her effort to proclaim the Good News and build up the Kingdom of God. As each pope has given his life generously in service to the Church, we are all invited to do the same so that our Church might fulfill her mission as one, holy, catholic, and apostolic.
We now join with our newly elected pontiff, Pope Leo XIV, setting our sights on the journey ahead, confident that the Holy Spirit will continue to inspire and guide us, knowing that we have been called and equipped for the work of discipleship entrusted to us this day.
Desde la muerte del Papa Francisco el 21 de abril, me he encontrado reflexionando sobre su lema papal: “Miserando atque eligendo”, que básicamente se traduce como “lo miró con misericordia y lo eligió”. El Papa Francisco eligió este lema por primera vez cuando fue llamado a ser obispo en Argentina. Luego decidió mantener el mismo lema cuando fue llamado a servir como Obispo de Roma y Santo Padre de nuestra Iglesia.
El lema se deriva de una homilía que San Beda el Venerable predicó en la fiesta de San Mateo Apóstol. San Beda habló de la misericordia de Jesús hacia el publicano, eligiendo a Mateo para seguirlo. La experiencia de Mateo, como alguien que recibió misericordia y fue elegido, refleja la experiencia personal que el Papa Francisco tuvo de Jesús. Cuando era joven, Jorge Bergoglio tuvo su propia experiencia de la misericordia de Dios y de ser elegido. Fue a partir de esa experiencia personal que se encontró capaz de responder al llamado de pastorear la Iglesia y guiarla en la revelación del amor de Dios por el mundo, extendiendo la caridad y la compasión a todos. Su esperanza era que todos también pudieran llegar a experimentar un encuentro bendecido con la misericordia de Dios y la alegría de saber que Dios los ha elegido.
Cuando nuestros ojos se han abierto para ver cómo el Señor nos ha mostrado misericordia y nos ha elegido como sus discípulos, descubrimos cómo no sólo somos llamados sino también equipados para el servicio en la Iglesia. Ya sea que ese servicio se ofrezca como papa, obispo, sacerdote, diácono, religioso o laico, la experiencia es la misma. Nuestro llamado debe tener su raíz en un encuentro personal con Jesucristo. Ese encuentro con Jesucristo nos transformará y servirá para hacernos capaces de vivir las palabras del profeta Miqueas—actuar con justicia, amar
la misericordia y caminar humildemente con nuestro Dios. Sólo cuando estemos arraigados en el amor y tengamos la voluntad de mostrar misericordia, nuestro llamado verdaderamente cobrará vida. Si nuestro llamado nace del autoservicio o de la autopromoción, no encontraremos éxito en nuestro discipulado. Una experiencia de Cristo resucitado vivo y presente entre nosotros, revelado en el amor desinteresado y en los momentos de misericordia, será lo que nos anime y nos capacite para el servicio.
Yo era párroco de una parroquia en un suburbio de Chicago cuando el Papa Francisco se presentó al mundo después del cónclave de marzo de 2013. Desde el inicio de su pontificado, he sido testigo del compromiso del Papa Francisco de servir con humildad, de estar presente y acompañar a los demás con amor, y de ofrecer un poderoso testimonio de la verdad tanto con palabras como con hechos.
Hasta ahora, mi vida ha transcurrido bajo el cuidado de seis papas diferentes, cada uno de los cuales me ha desafiado a responder al llamado de Cristo que me fue dado por primera vez en el bautismo. Desde mi juventud, a lo largo de mi sacerdocio y ahora vivido como obispo, he sido invitado a unirme a la Iglesia en su esfuerzo por proclamar la Buena Nueva y construir el Reino de Dios. Así como cada papa ha dado su vida generosamente al servicio de la Iglesia, todos estamos invitados a hacer lo mismo para que nuestra Iglesia pueda cumplir su misión como una, santa, católica y apostólica.
Nos unimos ahora a nuestro pontífice recién elegido, Papa Leo XIV, fijando la mirada en el camino que tenemos por delante, confiados en que el Espíritu Santo continuará inspirándonos y guiándonos, sabiendo que hemos sido llamados y equipados para la obra del discipulado que se nos ha confiado este día.