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Busca al Senor ARZOBISPO DENNIS M. SCHNURR

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Las celebraciones de Memorial Day (El Día de los Caídos) marcan el comienzo no oficial del verano en nuestro país. A estas alturas, la mayoría de los colegios ya han terminado el curso académico, y la gente regresa a los parques y las piscinas para disfrutar del buen tiempo. Y, ya sea disfrutando de una merienda en una excursión, una hamburguesa al aire libre, o un malvavisco asado en una hoguera, la comida desempeña un papel importante en nuestro disfrute del verano.

En Su bondad, Dios nos proporciona alimentos para la nutrición física de nuestros cuerpos. Damos gracias a Dios en la oración antes de las comidas en reconocimiento del misterio de la creación por el que se nos han dado los dones de la cosecha y el ganado. También mostramos nuestra gratitud y pedimos bendiciones para todos los que participan en la producción, obtención y preparación de nuestros alimentos. Nuestro pan de cada día viene del Señor, y le damos gracias por todo lo que hace que llegue a nuestras mesas.

Es importante que recordemos que Jesús dijo a sus discípulos: “El hombre no vive solamente de pan” (Mt. 4:4). Les estaba enseñando a sus seguidores que, como seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios, somos mucho más que un cuerpo físico necesitado del sustento de la comida. Al ser de cuerpo y alma, también necesitamos alimentarnos de la Palabra de Dios y de los Sacramentos para que nuestro espíritu se reponga. Estas dos cosas no son totalmente distintas. Una comida disfrutada en compañía de otros ya sea en familia o con amigos, ofrece la oportunidad de alimentarse tanto en lo físico como en lo espiritual.

Cuando nos reunimos en torno a una mesa y compartimos una comida, tenemos la oportunidad de disfrutar de la compañía de los demás, compartir nuestras esperanzas y sueños y aprender el uno del otro. Es un momento privilegiado para escuchar las experiencias de los demás y compartir nuestra preocupación, aliento y apoyo. Las familias tienen la oportunidad de retirarse del ajetreo de la vida para disfrutar del bien de quienes los rodean. Los padres pueden escuchar lo que piensan y sienten sus hijos y, a su vez, ofrecerles su propia visión de la experiencia vivida. Todos estos encuentros nos forman en nuestra humanidad porque van más allá de nuestro yo físico y abren las profundidades de nuestro espíritu.

Sin embargo, hoy en día corremos el riesgo de perder esos momentos. Debido a los compromisos con el trabajo, la escuela y las actividades extraescolares, las familias ocupadas se reúnen para comer cada vez con menos frecuencia. Aún más angustiosas son las ocasiones en que vemos a la gente más centrada en el teléfono que en la persona que está al otro lado de la mesa. Debemos trabajar para salvaguardar los momentos de auténtica conexión humana, ya que pueden fortalecernos tanto en cuerpo como en alma. Nos necesitamos los unos a los otros y haríamos bien en resistirnos a las muchas fuerzas de nuestra sociedad que, aunque pretenden facilitar la comunicación entre nosotros, en realidad debilitan nuestras relaciones.

Este verano, aprovechemos las oportunidades de estar juntos con los demás, no de manera superficial, sino como experiencias de aprendizaje, crecimiento y amor. Las comidas que compartimos son un momento para hacerlo, pero hay muchos otros momentos que esta estación nos ofrece también. Que Dios los bendiga a todos con un verano seguro y fructífero, marcado por muchos de estos encuentros para florecer tanto en cuerpo como en espíritu.

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