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Busca al Senior: Agosto

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“En lo que podría considerarse como la Iglesia doméstica, los padres, por palabra y ejemplo, son los primeros proclamadores de la fe con respecto a sus hijos”.

     En este pasaje de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (“Lumen Gentium”) del Concilio Vaticano II, la Iglesia enseña que los padres tienen la responsabilidad principal de transmitir la fe a sus hijos.  Lo hacen principalmente modelando la fe ellos mismos, al mismo tiempo animando a sus hijos a orar y desarrollar su propia relación con el Señor.

     Esta es una obligación seria y difícil. Afortunadamente, las escuelas Católicas y las Escuelas de Religión parroquial – aunque nunca pueden reemplazar el papel crítico de los padres – ofrecen un apoyo esencial para ellos. El Obispo Edward Fenwick, primer Obispo de Cincinnati, comenzó una escuela para mujeres jóvenes en 1825, a solo cuatro años después de la fundación de la diócesis. Casi 200 años después, la Arquidiócesis de Cincinnati, tiene la quinta red más grande de escuelas Católicas en el país en términos de inscripción.

     A finales de este mes, las 111 escuelas Católicas en la Arquidiócesis abrirán sus puertas a más de 40,000 estudiantes. La mayoría de estas escuelas muestran de manera prominente un letrero que dice, en parte: “Sepan todos los que entran aquí, que Cristo es el motivo de esta escuela”. La verdad de esta declaración se demuestra por la manera en que se vive diariamente en las Misas, en la Adoración del Santísimo Sacramento, en los retiros y por el servicio amoroso a la comunidad.

     Nuestras escuelas educan a los estudiantes para la vida y los preparan para la vida eterna. Cuando respondo, por teleconferencia cada año, las preguntas de los estudiantes de secundaria alrededor de la Arquidiócesis, durante la Semana de las Escuelas Católicas, siempre encuentro que son brillantes, elocuentes, inteligentes, comprometidos, curiosos, atentos y listos para contribuir con sus dones y talentos a la Iglesia.

     Mientras nuestras escuelas Católicas están abiertas a estudiantes de cualquier fe o sin fe que acepten nuestras políticas, las escuelas aún son Católicas. Enseñar en una escuela Católica, por lo tanto, ha sido reconocido durante mucho tiempo como un ministerio incluso para aquellos que no enseñan clases de religión. San Juan Bautista de la Salle, que fundó escuelas para los pobres en Francia a fines del siglo XVII y principios del XVIII, fue muy claro al respecto. En una meditación para sus maestros, que eran laicos, escribió: “En tu enseñanza [los niños] a cargo, debe verse por la manera que enseñas, que eres un verdadero ministro de Dios, lleno de caridad verdadera y sincero al llevar a cabo tu tarea.”

     La demografía y la economía han puesto una presión severa sobre la educación Católica en todo el país. El sacrificio financiero exigido a los padres y a las parroquias que manejan una escuela, es mayor que nunca. Por esa razón, la mitad de los fondos recaudados por la Arquidiócesis, en la campaña exitosa de Una Fe (One Faith), Una Esperanza (One Hope), Un Amor (One Love), van a apoyar a la educación Católica. Gracias a la generosidad de varias personas, pudimos ofrecer más de $2 millones en becas para su educación, a más de 2,000 estudiantes para el año escolar 2017-18.

     Los padres Católicos que no pudieron, o decidieron no enviar a sus hijos a las escuelas Católicas, todavía pueden encontrar ayuda en la escuela de religión de su parroquia. Estoy agradecido a las parroquias que patrocinan estos programas excelentes, y agradezco a los maestros de educación religiosa que dan generosamente su tiempo y talento para avanzar en el ministerio de la enseñanza de la Iglesia.

     Mientras nos preparamos para comenzar el año escolar 2018-19 este mes, es bueno reflexionar sobre nuestra fe Católica como algo más que un tema académico. La relación con Cristo no se toma vacaciones en el verano, ni termina cuando un estudiante se gradúa de la escuela Católica. Y aún, cuando no hay clases, los padres siguen enseñando a sus hijos.

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